
Leo en la edición de El País del viernes 7 de noviembre un artículo, escrito por Borja Hermoso, sobre el fracaso que la última película de José Luis Garci, Sangre de Mayo, ha sufrido en la taquilla pasando de estrenarse con 220 copias a mantener sólo 7 un mes después.
El artículo de Hermoso no hace más que confirmar lo que yo ya predije cuando se estrenó la película: el cine de Garci no es un cine que atraiga a tantos espectadores como para recuperar lo invertido en la realización de dicha película: 15 millones de euros. Hermoso parece criticar las palabras de Garci cuando el director madrileño afirmó que hubiera necesitado el doble de dinero para hacer la película que él tenía en mente. Sin embargo, hay que recordarle a Hermoso que no es el primero que sólo recupera una mínima parte del presupuesto invertido. Volvemos a lo de siempre, a la utilización del arte como arma arrojadiza con fines claramente políticos. Tanto de un lado como de otro.
No voy a volver a dar mi opinión sobre la hipocresía de los mandatarios del Partido Popular y de cómo critican las subvenciones a películas que no recuperan lo invertido y callan cuando son ellos los que invierten en saco roto. Lo que me llama la atención es que, ante estos acontecimientos, siempre me hago la misma pregunta: dejando a un lado las cuestiones y divisiones políticas, ¿tenemos que invertir dinero público en obras de arte sabiendo, de antemano, que no vamos a recuperar ni la décima parte de lo invertido? Esa es la pregunta que nos hacemos muchos españoles hoy en día y que me gustaría que algún día se sentarán en la mesa a debatir no como han venido haciendo hasta ahora sino de una manera alejada de toda influencia política y con la idea de lo que supone el arte para todos, ya sea el cine, la pintura, la literatura, o cualquier otro, como único a tema a tratar manteniéndonos impermeables a todos los intereses políticos que se esconden, de manera torticera, detrás de este debate nacional.
Sinceramente dudo mucho que esto pueda tener lugar a corto plazo en un país en el que todas las opiniones están siempre bañadas de un tinte político muy difícil de limpiar y que impregna tanto las opiniones sobre el tema como las opiniones de lo que escuchan dichas opiniones sobre dicho tema. Así no vamos a ninguna parte. Bueno sí, puede que vayamos juntos, cogidítos de la mano, a reventar nuestro cine por el mero hecho de ser incapaces de presentar, exponer y defender unas ideas ajenas a la dualidad becerril en defensa del analfabetismo que la gran mayoría suele hacer.